Un día como hoy, 11
de enero, pero de 1782 nació en Valladolid, Michoacán (ciudad que en 1828 cambió
el nombre a Morelia), Francisco Manuel Sánchez de Tagle. Este señor fue poeta,
escritor, abogado y político. Estudió latín, filosofía, teología,
jurisprudencia, historia, matemáticas, astronomía, geografía y física y realizó
algunas traducciones de libros de Homero, Virgilio, Descartes y Leibniz. Fue
uno de los redactores de nuestra Acta de Independencia. Fue miembro de Los
Guadalupes, una especie de partido político, una hermandad clandestina que dio muchos
dolores de cabeza al Virreinato. Llegaron al poder, el primer presidente de
México era miembro de Los Guadalupes, el nombre real de nuestro primer
presidente era José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, pero se puso como «nombre
artístico» Guadalupe Victoria.
Llegó el 24 de
febrero de 1821 fecha en que se proclama el Plan de Iguala en el que se declara
la Independencia de México, misma que se consumó siete meses después, hasta el
27 de septiembre.
Al día siguiente, 28
de septiembre, nuestro personaje del día de hoy, Francisco Manuel Sánchez de
Tagle, junto con aproximadamente treinta personas más, redactaron el Acta de
Independencia. Viene de nuevo Fuentes Mares y su magnífica obra «Blas Pavón»:
…28 de septiembre, se publicó el Acta de
Independencia del Imperio Mexicano. Tenía mal comienzo: «La nación Mexicana,
que por trescientos años ni ha tenido voluntad propia, ni libre uso de la voz,
sale hoy de la opresión en que ha vivido». En nuestra acta de nacimiento
proclamábamos una gran mentira. La sucia mentira que nos gobierna hasta hoy, y
que nos ha hecho más daño que todos los cuartelazos y todas las agresiones
extranjeras. Decir que la Nación mexicana recuperaba la voz, después de
trescientos años de opresión, era tanto como dar por cierto que esa nación
existía antes de 1521, cuando la verdad es que por esos años no existió algo
que pudiera parecerse a la nación mexicana.
La nación mexicana principió a existir en 1521,
y era ésa la que se hacía independiente trescientos años más tarde. El acta de
Independencia quedaba mal redactada, y ese error nos ha costado mucho más que
sangre y desventuras. Nos ha costado admitir como verdad oficial la más nefasta
de las falsedades: la de ponderar la existencia de una nación inexistente, para
renegar, en su nombre, de toda nuestra época clásica, formativa de la
nacionalidad, a la que después se concibió como extraño cuerpo introducido por
la violencia en nuestra historia. Las palabras del Acta de Independencia
habrían sido lógicas si el Acta hubiera sido redactada por aztecas, sólo así.
Firmada por hijos de españoles, y aun por españoles, aquello era una monstruosidad.
Mal nacíamos, arrepentidos de nuestros padres. Furia patricida que pocos años
después saltará los últimos obstáculos. ¿Dónde había quedado aquella idea
maravillosa de Iturbide, con la que recibió a O’Donojú en Córdoba? ¡Desatar el
nudo sin romperlo! Genial concepto que naufragaba en el proemio a la
declaración de independencia. Ahora resultábamos aztecas, liberados de
trescientos años españoles. Nada menos que aztecas. Algo de cierto habría en
ello cuando no tardamos en principiar a devorarnos.
Páginas más delante
dice:
Las logias fundadas por Poinsett establecieron
que los españoles tenían que pagar los platos rotos de la independencia: de
ellas nacieron las consignas de expulsión, consumadas en los años de 1827 a
1829. De la lucha contra los españoles de México se pasó a la lucha contra la
herencia histórica en todos sus aspectos, contra la España que forma la columna
vertebral de México. Poinsett aprovechó el rencor político, y lo convirtió en
rencor moral, en rencor de sangre. Hasta llegamos a olvidar que esa sangre era
la nuestra, y la quisimos vomitar como algo descompuesto.
Relato aquellos acontecimientos con dolor,
porque me parece que dejaron su huella al convertir lo circunstancial en
permanente. Una parte de México principió a sentir asco de sí mismo. Asco de
sangre, asco de historia. En lugar de buscar arte de México en San Ildefonso o
Las Vizcaínas, el poinsetismo enseñó a buscarlo en teocallis y serpientes
emplumadas. Después oí que se declaraban indios algunos mexicanos de piel
blanca y cabellos claros. Víctimas del poinsetismo, acudían nostálgicos a la
prehistoria, incapaces de salvar conflictos morales de la historia. Poinsett se
fue de México en enero de 1830, pero dejó una herencia difícil de ignorar.
Después de él, el demócrata mexicano tuvo que ser anticatólico y antiespañol.
No creo que pueda imaginarse una herencia más abominable.
Ahí les dejo la
reflexión de este texto de tarea. Se vale comentar, no me enojo :-)
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